
Sergio Fong
Sucedió en terreno apache: “balacera entre vándalos y policarpios deja un cadáver y varios heridos.”
El puto chaparro fanfarrón estaba presumiendo de que, a su ex la Rita, él la había sacado del mugrero.
– “Cuando era mi vieja vendía tacos en el mercado, yo la saqué de ahí, pinche piojosa, nunca se había subido a un carro, yo le compré zapatos y la llevé a mi casa, ahí durmió por primera vez en una cama”.
Estaba ardido porque su doña se fue con el diler del varrio, y luego con el anciano notario, la raza cuenta; que la de la lana era ella, tenía bastantes billetes. Cuando su jefe murió la dejó bien cuajada: un ranchito a las afueras de Guanatos, allá por el rumbo de los Chamacos; vendió todo, luego se vino a la Colonia Constitución, ahí instaló un puesto de garnachas en el Mercado Bola junto con un puestito de jugos y chocomiles. Allí fue donde conoció al Almorrana, que iba a desayunar cuando andaba repartiendo saldos de calzado para dama en los mercados.
– “Cuando la conocí, -presumía el Chaparrito-, le regalé unos zapatos de tacón y la llevé al cine, caminaba como gallina chueca, la pendeja pensaba que lo que ocurría en la pantalla era neta y hasta lloraba a moco tendido. Yo quería explicarle que era puro cuento, pero mejor la consolaba y le daba mucho cariño. Luego de pisar la chancla, la culera me decía que nunca fuera a dejarla porque si no se iba a morir de tristeza: ¡Hija de la chingada!”
Lo que sí es cierto, es que el Chaparro ya no quiso que trabajara y la Rita vendió los puestos y como se enfadaba en la casa luego iba al mercado a buscar a sus amigas, nomás para cotorrear, sin que se diera color el Enano porque luego se ponía muy Alfa. Como tenía mucha lana empezó a gastársela, invitaba a sus cuatas a los tamales y al champurrado y hasta de se iban de shopping; compraba productos de belleza, ropa de moda y visitaba la estética del varrio con frecuencia. Ya sabrán de pronto la Rita ya era una doñita respetable y de buen ver, hasta dos que tres pretendientes salieron a flote, lo cual ponía rabioso de celos al Chaparrito y no faltaban motivos para hacérsela de pedo, principalmente porque, según él, se gastaba el dinero a lo pendejo.
“Nunca me hubiera imaginado, -refunfuñaba el Tapón de alberca-, que la pendeja tuviera tanta suerte, a veces llegué a pensar era una pinche bruja o algo peor. Lo que de plano no me latió es que lejos de agradecerme que la hubiera sacado del pinche hoyo la cabrona agarró el patín de que no la valoraba y que la maltrataba. La neta a mí no me gustaba que anduviera de argüendera y quién sabe si hasta de piruja, en vez de atenderme como su hombre. Lo que yo creo es que por culpa de las putas del salón de belleza se me reveló; esas hijas de la chingada fueron las que le lavaron el cerebro, por eso la subí al ring, ni modo que dejara que se me trepara a las barbas”.
El Chaparro, dicen, la encerraba y escondía las llaves cuando se iba a repartir zapatos. Rita sufría porque al bato se le olvidaba que la dejaba enclaustrada y se iba a pistear con sus compas, a veces no llegaba hasta el otro día. Harta la morra se le ocurrió hablarle por teléfono a una amiga de la estética y en caliente llegaron en comitiva con todo y cerrajero para liberarla. El Chapito se puso como energúmeno y esa vez sí le partió su mandarina en gajos, le propinó lo que él decía un correctivo disciplinario para que entendiera. Rita se armó de valor y se tendió a denunciarlo; quedando asentado con fotos como evidencia la chinga que le propinó el bato ante el ministerio público, desde luego aconsejada y custodiada por la bola de ñoras que ya estaban hasta la madre de este tipo de culeros.
“Hija de la rechingada, -reclamaba en su perorata el pequeño demonio-, por su culpa casi me meten al bote, pero fue mejor que se abriera, que se largara a la mierda y me dejara solo, así yo he andado con quien he querido y me he cogido a todas las viejas que he podido”.
Rita se fue a vivir sola, lo mandó a la reventa. Entonces conoció al Grillo que era quien repartía el polvo de ángel entre las doñas del salón de belleza. El Grillo se dio el lujo de zanganear y dedicarse al vicio de tiempo completo, Rita se sentía a toda madre con los polvos mágicos y hasta se activó. Compró un Cantón y puso una sala de masajes de lujo para caballeros, en chinga se convirtió en un lugar exclusivo y tuvo la chance de codearse con los verdaderos capos de la zona. El Grillo se la pasaba padroteándola y dándose una vida soñada hasta que uno de sus poderosos clientes le abrió los ojos y la puso trucha para que se desafanara de ese huevón porque si no iba a terminar con el bisne y toda su lana.
Dicen que Don Pedro le había echado el ojo desde tiempo atrás y al parecer algo hubo entre ellos porque curiosamente el Grillo desapareció de la escena del crimen sin despedirse.
“Yo definitivamente, -insistía el Chaparro-, he llegado a creer que tenía pacto con el demonio: con fuerzas oscuras y poderosas. llegué a encontrar trenzas de ajo, sal negra, madres de vinagre y otras chingaderas como pedazos de greña, piedras, veladoras e inciensos. Pinche vieja todo lo que hacía le salía chingón y todo le dejaba billetes a lo cabrón, no sé a lo mejor el pendejo era yo. Pero la cabrona si era una pinche india patarrajada, yo le enseñé hasta a peinarse”.
Don Pedro es mayor que Rita, tal vez más de 30 años, es viudo, dicen que fue notario y amasó una fortuna, pero le encanta la fiesta y el negocio de Rita es su harem. Fue el único que le pidió matrimonio. Y aunque la doña lloró porque eso la hizo sentirse una mujer amada no aceptó, pero sí se fue a vivir con el anciano. Quién iba a pensarlo, sólo le duró 6 meses de vida, ella tan joven. Todos pensaban que él era el que se iba a torcer primero pero el diablo a veces mete la cola y suceden las tragedias.
Haciendo cuentas al Chaparro hablador no le alcanzaba con los dedos de las manos ni con los de las patas para contar los millones que le dejó Rita al viejo, cómo le encabronó saber que murió, que la mató una bala perdida cuando se asomó a la calle para saber qué estaba pasando afuera del salón.
“De lo único que me arrepiento, -chillaba el pinche Chaparro-, ahora sí con verdaderas lágrimas de aflicción frente al féretro de Rita, es de no haberme casado con ella, hubiera heredado todo el varo”.



