De puras barbas

Mesa de interrogatorio

Sergio Fong

Los centauros, eso son: mitad bestias y mitad animales.

La luna.        

La tía luna disipaba su amarga luz entre los escombros y los matorrales del baldío, los gatos aullaban su hermosa melodía sexual, las ratas roían pedazos de la noche mustia. Algún niño vicio aún jugaba alegre a los electrocutados colgado de un gancho de carnicería que llevaba atravesado en su paladar, con el cual se deslizaba como trolebús sobre un cable de alta tensión.

-«Ora sí, cabrones», escuché mientras los frenos de la camioneta chillaban y el motor detenía su marcha y se apagaban los faros: todo quedó suspendido en el silencio sepulcral.

-«Oink, oink», gruñó unos de los cerdos. El Pingo y yo estábamos esposados en uno de los tubos posteriores de la carreta como animales rabiosos.

-«A ver si es cierto que son muy machines», escupió una voz socarrona de otro de los marranos sobre nuestros cuerpos, y ahí fue donde empezó la tracachinga: patadas, culatazos, macanazos de todos los colores y sabores.       

Cuando saciaron su amor por la patria a bola de madrazos nos dejaron en paz hechos un par de guiñapos. «Nos partieron la madre carnal», bufaba El Pingo mientras arrojaba los bofes.

De ahí deduzco que no todos los puercos son iguales; otros son peores, unos hijos de su santa y culera madre, y sí.

De allí nos trasladaron a los separos, supuestamente sin broncas, pero a la hora de la báscula al Pingo le sacaron una ristra de reynas. El ruco de la baranda que estaba esculcando y quitando fajos, cigarros y cerillos a todos los incautados, no la hizo de pedo, y haciéndose el sordejo las arrojó disque al bote de la basura (para luego darles vuelta en cana) y chido porque nos la dieron por briagos y acelerados. La celda en que nos enjaularon estaba atiborrada de raza, pueblo, nación y desesperanza. Todos los entorilados éramos los más castos, los más santos ¡puros inocentes! Y el cotorreo era estarse tirando carrilla de que nadie había hecho ninguna mala acción, pero la neta cada mono tenía una cara de jijo`ela chingada que daba pánico. Así pasaron dos tres cuatro horas y escuchamos nuestros nombres de pila y uno contesta con su apellido. «Ya la hicimos», me gritó animado El Pingo. Y pos cuáles camarones, nomás nos formaron en fila india borracha y nos fueron carruchando en una troca que estaba tapada para darnos hilo hasta la correccional. El Cerro del Cuatro nos esperaba con su coraza abierta de par en par y méndiga nochecita pasamos. El pinche cuchitril en el que nos hospedaron estaba cruel: apestaba a patas, culo, mierda, miados y creolina; estaba atascada de chinches, pulgas ysabecuántamadremás. Me caí que estaba haciendo un frío bien culero, pleno diciembre y yo en shorts y con camiseta de tirantes pa’cabarla de chingar y luego un pinche crudonón triple, más la bola de madrazos que me propinaron los del escuadrón especial de la policía municipal, nomás no me la acababa, no supe si dormí o no dormí. La neta era que habíamos pasado una nochecita inolvidable. El soldado empezaba a filtrar sus trizas acres por los helados barrotes del penthouse para recordarnos que el mundo ya estaba funcionando al chingazo. En ese momento fue cuando trajeron al Perro.

-«Quihubo Perro».

-«Qué onda Gato, ¿por qué te apandaron?».

-«Pos por qué, ya sabes cómo son de manchados los azulejos, estábamos en mero terreno apache, bien ranas afuera de la tienda de Doña Petra echándonos unas birrias bien helodias, tirando cábula con las jainas del barrio cuando cayó manotas, El Changilla gritó: «al tiro locos» y todo el bandoleón empezó a desafanarse, y yo me quedé guachando cómo un cuico quería apañar al Viciocho y no podía. Cuando ya lo iba a agarrar El Viciocho se aventó contra la puerta del chante del Black, pero la puerta no se abrió y el tira se quedó parado tragando ñonga, y que se vuelve a tender sobre el vato y El Viciocho se vuelve a aventar contra el portón de madera y nacho, la pinche puerta nomás temblaba pero no se abría, y yo me la estaba curando bien machín, porque el tirano se quedó parado otra vez, y cuando la vio cincha y ya lo había amerengado de la chaqueta, salieron unas manos misteriosas de adentro del cantón del Negro y ¡fumm! que desaparece El Viciocho como brujo de Catemaco. El pinche tirita se quedó de a seisote con la chamarra que le dejó este valedor en las manos y ¡noombre! yo ya estaba que me cagaba de la risa torciendo toda la acción social. Entonces oigo que me dicen: `de qué te ríes’ y de volada contesto: `no viste güey’, y al volteón me doy tinta de que era un cerdo y que me gruñe el puto: `a ver quítate las gafas’ (no mames eran como las diez de la noche y yo con lentes oscuros, la pura placa)y hago un iris pero, nomás me las levanto, entonces el culero me quiere sablear: ‘andas bien mariguano’ y en caliente le respingo: `yo no ando grifo, grifa tu madre’. No pos se me calentó,`¿ah sí cabrón?’ me muge queriéndome atolondrar y nomás naranjas, y me gruñe: `súbete a la patrulla’ y yo, pues  nel `no me subo, ¿por qué chingados?’, `que te subas’ ya agüevo tirándome de culatazos y ya me llevaba cerca de la trulla, en eso sabe de’onde chingados salió El Pingo, y me grita: `nel carnal, no te subas’ y el tira se le queda viendo como queriéndolo fulminar como raid matabichos, y El Pingo se acerca y se la empieza a hacer de dope al cuico: `qué onda pinche negro, déjalo’ y pos cual déjalo, empezamos a forcejear los tres y en caliente que emerge un racimo de puercos de la nada y que nos suben agüevo a la troca y nos esposan en un tubo. Toda la raza estaba viendo la acción, las morritas y las ñoras bien prendidas haciéndonos el paro, les gritaban un chingo de madres, que `bájenlos’, que `pinches puercos de mierda’, que `pinches rateros’, que `lo que quieren es lana’ y me caí que la presión estaba cabrona porque la banda ya estaba arriba de las azoteas tirándoles de botellazos y pedradones y neta, los culeros estaban sintiendo que el culo se les hacía puño, ¡cómo no!

El gran cerdo comandante les gruñía a los cerdos menores que ya, que nos llevaran a la delegación de policía, entonces los tiranos arrancaron a madres dejando una nube de polvo en el escenario del arrabal, pero antes de llevarnos a la delegación hicieron escala en el baldío».

-«Y a ti ¿por qué te apandaron, Perro?».

-«A mí de barbas, de puras barbas…

…Orita me acaban de aperingar, hace ratito que llegué. Yo estaba a toda madre con Doña Mary echándome, apenas, un menudito para curármela, me acababa de servir… ‘¿Qué te pongo de carne?’ me preguntó. ‘¡Ay, Doña Mary! ando bien malilla, póngame cuajo, puro cuajo y una ramita de yerbabuena…’ Y ya sabes que uno le pone su oreganito bien molidito para que amarre y su limón, a mí sí me gusta con un chingo de limón y poquita sal, ¡ah! y su chilito de árbol doradito en manteca. ¡Noombre cabrón!, agarré una tortilla, dos (original y copia) le embarré su limoncito, le puse su pedazo de cuajo, salecita y salsa de tomate “¿Ya conoces la salsita?” Ah, sí, pa’la salsita si se discute la Doña… Enrollé el taco y oigo que Doña Mary me dice: `Tenga mijo para que se la cure bien y se vaya a dormir’. Ya sabes cómo se discute: un roncito con coca. Y en eso le iba a dar la primera mordida al taco y ¡chale! que llegan dos trullas: una por cada lado de la cuadra. Yo le hice al loco y le di el segundo mordidón al taconazo. Pero la bronca era conmiguelito.

-`A ver cabrón’ y que me jalan de donde estaba sentado, y en una de las patrullas venía la Meche…»

-«¿Cuál Meche?»

«… La carnalita del Camello, y que le preguntan a la morra: ‘¿Este es?’ y la ruca que les dice que sí, que soy yo. Y sí pos sí, yo soy yo ¿o no?, y ahí me traen, pero yo no hice ni madres».

En eso de una de las literas de concreto helado, de arriba de la celda, se asoma la mascarota del Pingo.

-«Qué onda cabrones, ¿cuándo los apañaron?»

-«No mames, cabrón, pos si nos agarraron juntos» le digo. El vato sin gesticular nada, sin denotar pizca de preocupación alguna, me pregunta: «¿deveras?, yo nomás siento los madrazos. Y tú Dogo ¿por qué caíste?

-«De barbas, de puras barbas».

-«Ay no mames, a mí me dijeron que ayer en la tarde fileriaste al Camello por una mona de toncho». -«AH, SI, PERO ESO FUE AYER. A MI ME AGARRARON APENAS HOY EN LA MAÑANA, HACERATITO».

(Del Libro: Los Abrevaderos del Ser)