Sergio Fong
¿Hace cuánto? Un buen, un madral de tiempo, muchos años. No sé cuántos, nuestra generación que luego venía de las ideas a las palabras y a lo que implica esa coraza de huesos y carne que nos atrapa, que nos ensambla y nos hace mortales, pero conduce el alma a la acción, al acto libre de pensamiento, al hecho voluntario, a romper la contemplación. ¿Cuántos? No sé, pero mi compa era uno de ellos, descompuesto, malogrado, incorregible. También pienso en el espirit, ese creciente espíritu indómito, igualitario: igual de locos todos, perros callejeros, estudiosos, chambeadores, estudiahambres, perdidos de identidad y en búsqueda de la propia, de la que nos suma; congrega a los pares, a los jodidos, herederos de los aires de libertad de otros locos generacionales y sí, víctimas de la represión, del miedo, de la cacería de brujas, del dolor y la rabia. pero siempre irrumpiendo el silencio, la soledad de las noches y la melancolía de las calles. Apoderándonos de las esquinas, de nuestro barrio y de nuestra vida. “Aquí para barrio loco”. No sé ¿Cuándo? Tal vez cien, treinta, mil ocho mil, un chingo; con nuestros poemas, nuestros ensayos, nuestro discernir, éramos revistas de mano en mano, tatús, almas callejeras, placazos rifando en terreno y marcando territorio con grafitis, donde expresábamos el surgimiento de nuestra generación en los suburbios y sus recovecos: un latir urbano que nos encañonaba boca abajo, en la báscula rutinaria y nuestro clamor se alzaba con vigor libertario, sin dejar de predicar, nunca el futuro, una vida mejor, la alborada. Las rolas se cantaban en coro y se hacía sentir su aliento insurrecto por las conciencias chuecas, gritando consignas de amor en las plazas, los mercados, las calles. Cantando y Marchando; éramos múltiples calidoscopios, por eso no se tu nombre, ni el de muchos, había bastantes sin rostro y sin nombre, tal vez con otras señas que nos estigmatizaban como pandilleros, locos, destrampados, anarquistas, revoltosos. Diría un compa: Zarrapastrosos. Pero nosotros somos La Banda, La bandera mexicana, los otros hijos de la patria huérfana, el grito de lucha y el hacha desenterrada. Cómplices todos, con la greña volando, el churro encendido y la vida en vilo, fue un honor camarada: ¡Hasta, siempre Chilakil!