Elia Corina Miramontes Leaños
Enterrarte dentro de mí sería una catástrofe ya que tendría que llamar a salubridad, después de la acción obviamente, la peste sería monumental todos les residuos de tu cuerpo devastarlos uno por uno no sé por cuál de tus órganos iniciaría tal vez con tu sexo, después tu boca y finalmente tú corazón, ¿te parece buena idea?, eso imagine. Iniciemos entonces la ruina.
¿Cómo propiciaré tu deceso?, escribiendo es la mejor alternativa así desaparecerás, a través de otra historia el utensilio principal: una nueva y sofisticada invención de la realidad.
Todas las noches guardan el mismo común denominador: sexo lo único que quiero es desterrar la idea de que pronto estallaré de locura. Me encuentro ávida de aniquilar cualquier migaja, tuya hundirme en el cabello de la angustia que poseo en el azul de tu camisa que traes puesta y que nunca veré más o en tus hijos que no serán los nuestros en las promesas que son el veneno que ahora me matan lentamente.
No conservo ni la menor pista de tú aroma y sin embargo tengo en mis venas el sonido de tu risa, repaso religiosamente el camino para llegar a tu casa, a tu cama. El desdén que me ofreces es más agrio que la sangre, más oscuro que el infierno.
Pensar en ti es morir, perezosamente tiempo muerto que valió para aniquilarme como a una rata, acorralada como un roedor que importa que haya estado con uno o dos o tres tipos si en lo más profundo de mis entrañas te venero como a un dios si tu recuerdo lo traigo clavado en mis manos, en mis intestinos en las letras de los libros que he dejado, empezados ojalá el instante en el que te conocí jamás hubiera pasado.